miércoles, 9 de octubre de 2013

La desesperación de la razón

Nunca he creído en el destino. No creo en que los caminos estén ya dibujados y que desde el momento en el que naces, tu vida ya está definida. No creo en que todo acto tenga un por qué. No creo en el “si ha pasado, será por algo” que me dice mi madre cada vez que me quejo.

Porque si la vida ya está definida, ¿para qué vivir? Si un ser superior (un Dios o no) ya ha escrito nuestro final, ¿de qué valdría intentar cualquiera otra opción con todas nuestras fuerzas? Y si intentáramos romper con ese destino predeterminado, ¿estaríamos creando una hecatombe o realmente nuestro destino era intentar romper el destino?

Yo creo en el efecto mariposa. Creo que cada pequeño acto que hacemos tiene repercusión. Quizás ahora o mucho más tarde, pero la tiene. Que el futuro se forma de pequeños actos, pero eso no quiere decir que todos sean predestinados o que apunten a una dirección. No es 1+1=2. No es dos actos que siempre vamos a saber que van a dar el mismo resultado, el mismo destino. Si no que estamos compuestos de millones de variables que dependiendo de como juguemos con ellas pueden dar diferentes resultados. O incluso diferentes variables pueden dar el mismo resultado.

La cuestión es que en ningún momento sabemos que nos estamos perdiendo al cruzar una calle y no cruzar la otra; al comprar en una panadería o no comprar en otra; a coger el metro de y cinco en vez de coger el metro de y diez. Nuestra vida la conforman pequeñas decisiones y, en el momento que son tomadas, no hay vuelta atrás.

Pero, a veces, hasta yo, me encuentro con la desesperación de la razón. Sé que el destino no existe, que detrás de un suceso no hay ningún por qué. Sin embargo, hay días que lo deseo. Hay días que deseo que coger ese autobús solitario, con el sol dándome en los ojos, yendo a un lugar que no quiero, a actuar de una forma determinada y a aprender unos conocimientos que no deseo, tenga un significado. Que alguien me diga que este acto es así porque tiene que ser así. Porque en un futuro esto hará que sea feliz, que toda la amargura que llevo conmigo en estos momentos se convertirá en miles de amapolas que rodeen una casa caldeada al sol de mediodía.

A veces quiero sentirme segura de que esto tendrá un final. Feliz o infeliz. Me da igual. Podría sobreponerme, podría aceptarlo, podría llevar mi carga o desear que ese día llegara. Sin embargo aquí estoy, embargada por la incertidumbre, por la desesperación de la razón.